SS de Arisu Sakayanagi: Los pasos hacia la confesión

SS de Arisu Sakayanagi: Los pasos hacia la confesión

  1. Nota: ↩︎
Sakayanagi confesión

(Unos metros más. Solo necesito unos metros más…)
Cada paso que daba sobre la nieve crujía bajo mis zapatos, como si la propia noche se rompiera bajo mi peso. La distancia entre Ayanokōji y yo se ampliaba con cada paso, y una extraña sensación de vacío me invadía. (¿Por qué lo dejo ir? ¿Por qué no me atrevo a retenerlo?)
Un escalofrío me recorrió, y no era solo por el frío que mordía mis mejillas. Era el miedo. El miedo a lo desconocido, a lo que se avecinaba. (¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué me siento tan… vulnerable?)
Ayanokōji seguía caminando, ajeno a la batalla interna que libraba en mi mente. (O tal vez no. Tal vez él lo sabe. Tal vez él siempre lo sabe todo.)
“Ayanokōji-kun”, susurré, mi voz tenue en la noche invernal.
Se detuvo, girándose para mirarme. A pesar de la distancia, podía percibir su mirada penetrante, como si pudiera ver a través de la oscuridad y adentrarse en lo más profundo de mi ser. (¿Qué pensará? ¿Se burlará de mi debilidad?)
“Hay algo que quiero decirte. ¿Puedes escuchar desde ahí?”, continué, luchando por mantener la compostura. (Necesito esta distancia. Necesito este espacio para respirar. Para armarme de valor.)
“Lo sabía. Todavía quedaba algo por discutir”, respondió, su voz neutra, indescifrable. (Siempre tan sereno. Tan… Ayanokōji.)
Nos quedamos en silencio por un momento, la distancia entre nosotros como un abismo invisible. (Un abismo que me aterraba cruzar, pero que al mismo tiempo me atraía irresistiblemente.)
“A veces, incluso yo necesito coraje. Esta distancia es lo que me da ese coraje”, confesé, las palabras saliendo de mis labios con dificultad. (Confesar mi debilidad ante él… Qué ironía.)
Menos de diez metros. Esa era la distancia que necesitaba para expresar lo que sentía. (O al menos una parte de ello. La parte que me permitía controlar, la parte que podía racionalizar.)
“He llegado a apreciarte”, declaré, las palabras frías y calculadas, como si estuviera recitando un teorema matemático. (Pero bajo la superficie, el caos. La emoción reprimida. El anhelo.)
“Esto no es como ser humano, sino como persona del sexo opuesto”, añadí, como si necesitara aclarar, justificar mi atrevimiento. (Como si necesitara recordarle, recordarme a mí misma, que esto era solo una estrategia. Un movimiento en el tablero.)
(Pero en el fondo, sabía que era mentira.)
Ayanokōji escuchó en silencio, su rostro impasible bajo la tenue luz de la luna. (¿Qué estará pensando? ¿Le importa? ¿Siente algo?)
“¿Puedes simplemente recordar eso?”, pregunté, con un atisbo de inseguridad en mi voz. (Una inseguridad que me repugnaba, pero que no podía evitar.)
“¿No necesitas una respuesta?”, replicó, su voz serena, sin un ápice de burla. (Siempre tan directo. Tan… desconcertante.)
“Sí. No la necesito ahora mismo. Por favor, siéntete libre de irte a casa”, respondí, con un tono que pretendía ser indiferente. (Pero en mi interior, una punzada de dolor. Un anhelo por algo que no me atrevía a nombrar.)
“¿Es eso así?”. Dudó por un instante, como si estuviera debatiéndose internamente. (¿Se irá? ¿Me dejará sola con este… torbellino de emociones?)
“Puedes dejarme decir solo una cosa?”, preguntó finalmente.
“¿Qué es?”, respondí, mi corazón latiendo con fuerza. (¿Una respuesta? ¿Un rechazo? ¿Una… esperanza?)
“Probablemente te valoro más de lo que piensas, Sakayanagi. Por eso quiero saber”, dijo, su voz seria, sincera. (Un atisbo de vulnerabilidad. Una grieta en su armadura.)
“Puedes convertir esa emoción, de una debilidad en una fortaleza?”. (Una pregunta. Un desafío. Un… reconocimiento.)
Sabía a lo que se refería. Entendía su lógica, su forma de pensar. (Y me aterraba.)
“¿Qué pregunta tan tonta”, reí, intentando ocultar mi turbación. (Me había visto a través de mí. Había descubierto mi secreto.)
Mis ojos se encontraron con los suyos en la oscuridad, y por un instante, sentí una conexión. Una chispa de… algo. (¿Comprensión? ¿Empatía? ¿Algo más?)
Y entonces, se fue.
Me quedé allí, sola en la nieve, con el eco de sus palabras resonando en mi mente. (Una mezcla de confusión, frustración… y una extraña sensación de… satisfacción.)
(Lo había hecho. Había dado el primer paso. Y aunque no sabía a dónde me llevaría este camino, una cosa estaba clara: Ayanokōji Kiyotaka había despertado algo en mí que jamás podría volver a dormir.)

Palabras del Autor (Syougo Kinugasa):

¡Hola a todos! Soy Kinugasa, y si sienten que el ambiente se ha vuelto un poco más… ¿intenso? (O quizás más frío, como el corazón de Ayanokōji-kun, ¡ja!), es porque me he adentrado en los recovecos de la mente de Arisu. Ella, tan calculadora como un reloj suizo, y a la vez, tan… apasionada como un volcán dormido. (¿O quizás no tan dormido?). Como saben, en el “Salón de Clases de la Élite”, el amor es solo una pieza más en el juego, un peón, o quizás, la reina misma (y que a veces, es hasta más peligrosa que un peón, o que una reina o… ¡rayos!, mejor me calmo un poco).

Es curioso, ¿no? Cómo un sentimiento tan… convencional, puede ser expresado de una forma tan poco convencional (al menos para los estándares normales, pero vamos, ¿qué es normal en este mundo?). Arisu, al igual que el ajedrez, no se conforma con el movimiento obvio; ella prefiere la estrategia, la anticipación, el doble sentido. Pero, ¿qué hay debajo de esa máscara de fría inteligencia? ¿Hay un corazón latiendo con un ritmo diferente? (O quizás simplemente está programada para la victoria, ¡ja!). Esas preguntas son las que siempre me rondan la cabeza (y de las que no espero respuesta, ¡o sí!).

Nos vemos en la próxima (o en el próximo tablero de ajedrez, ¡eh!).

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Nota: 1Arisu Sakayanagi le confiesa a Ayanokoji que le gusta como persona del sexo opuesto en el Volumen 9.5 de la segunda parte de la serie. Específicamente, esta confesión ocurre durante una conversación nocturna, poco después de que Ayanokouji sale del dormitorio de Sakayanagi.

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